-Señor,
tiene una llamada.
Si
la señorita Ross supiese lo que le reventaba escuchar eso, estaba seguro de que
no se lo comunicaría cada vez que entraba por la puerta. Pero Michael siempre
estaba tan atareado que nunca encontraba el momento para comunicárselo. Y así
todos los días, nada más entrar en su despacho, la señorita Ross le comunicaba
que tenía llamadas perdidas.
Esas
llamadas solían ser un auténtico dolor. Muchas eran de su ex mujer que no
pretendía más que sacarle todo el dinero que pudiese. Y otras muchas eran de
agencias que intentaban hacer contratos y otras tantas sandeces a las que no
prestaba atención alguna, porque sus intenciones no eran muy diferentes a las
de su ex mujer. Si fuese por él, quitaría el contestador y se olvidaría de
aquellas llamadas que él nunca pudo responder por no haber estado allí. Pero nunca
encontraba el momento. Por las mañanas era muy temprano y por las tardes estaba
demasiado cansado. Y su secretaria no hacía más que recordárselo. Lo peor era
que, una vez sabiendo las llamadas perdidas que tenía, le carcomía la sensación
de que debía, como mínimo, escuchar los mensajes dejados en el contestador. Lo
que significaba enfrentarse a unos quince minutos de sandeces publicitarias,
entre las que se intercalaban los insultos varios y las cada vez más estrambóticas
acusaciones de su recién divorciada mujer. Algún día iba a explotar, pero hasta
ese día, sólo le quedaba aguantar.
-Gracias,
Ross- gruño antes de entrar en su despacho.
Iba
a que tener una charla con esa mujer. Pero hoy estaba demasiado cansado.
Colgó
el abrigo en una percha nada más entrar y, con paso cansado, recorrió el amplio
despacho hasta poder derrumbarse en su sillón, frente al escritorio. Cansado,
se quitó las gafas y se masajeó los ojos, reuniendo fuerzas suficientes para
hacer lo mismo que cada tarde.
Pulsó
el botón rojo del contestador.
Después
de tantas veces, ya le resultaba fácil predecir de quién iba a ser el mensaje.
Lo cierto es que su mujer estaba muy pesada con el tema de quién se quedaba el
coche. “El coche”. Él tenía cinco, pero la muy bruja se estaba intentando
apoderar del de su padre. Una auténtica obra de arte, pieza de museo de valor
incalculable. Un coche que no habían usado en todos los malditos años que se alargó
su matrimonio. Y se lo quería robar. A él.
Estaba
seguro de que la voz que se disponía a oír era la de su ex mujer.
Por
eso su sorpresa fue mayúscula cuando no lo fue.
-Buenas
tardes, señor Ford.
Interrumpió
su masaje ocular de manera inmediata y se colocó las gafas a toda velocidad. La
voz había hecho un pequeño descanso, como si hubiese sido consciente del
sobresalto que le iba suponer escuchar
la grabación.
Llevaba
años sin escuchar aquella voz. De hecho, ya ni la recordaba bien. Pero estaba
seguro, era él.
-Creo
que se acordará de mí. He sido fiel a mi palabra, señor Ford. Usted me pidió ayuda
hace tiempo. Y hoy por fin he conseguido lo que me pidió. Teniendo en cuanta
todos los años que me ha llevado hacerle este pequeño favor, tiene usted una deuda
muy grande conmigo.
Escenas
de oscuros callejones y sucios trapicheos vinieron a su mente, como si se
tratasen de viejos fantasmas del pasado. Notó cómo el sudor le resbalaba por la
frente, en forma de pequeñas gotas. Pero no iba a dejar que el pánico le
dominase. De un fuerte golpe en su escritorio el miedo y los recuerdos
volvieron a su lugar, en el fondo de su mente, esperando otro momento para
salir.
-Pero
eso…
La voz
hizo una pausa larga.
-…ya
lo hablaremos a su debido tiempo. Mire en el segundo cajón de su escritorio.
Allí le he dejado lo que tanto buscaba.
Asustado,
Michael echó un vistazo al escritorio, para descubrir con horror que el segundo
cajón estaba un poco abierto. ¿Cómo había entrado aquel hombre allí? La
seguridad de su edificio era la mejor. Nadie podía salir y mucho menos entrar
sin que su servicio de seguridad lo supiese.
-No
se crea invulnerable, señor Ford- le dijo la voz del contestador, como si
adivinase sus pensamientos- Y recuerde que yo nunca me olvido de una deuda.
***
¡Bienvenidos a una nueva sección del blog!
Se llamará "¿Quién quiere una escena...?". En ella subiré relatos muy cortos, ya que básicamente consistirán de una única escena (aunque puede consistir de más), en las que intentaré plasmar sensaciones o sentimientos (miedo, odio, asco, felicidad, tristeza, alegría...), o bien tendré que situarla en un lugar concreto, o bien tendré que tratar algún tema, o tendré que hacer que aparezcan algunos personajes en concreto, etc. En definitiva, cualquier cosa que se me ocurra hacer en una única escena. Porque esas son las cosas que apunto en mi cuaderno de escritor.
Por cierto, al ser ésta la primera, no me pude resistir a poner un cierre. ¿Un cierre? Sí, un pequeño "final" a esta escena. No lo he querido subir como parte de la sección porque quita un poco de gracia al tema, pero la subiré junto con la siguiente entrada. No os quedareis sin saber el final, lo prometo.
Y con eso, todo queda dicho. ¡Nos vemos la semana que viene con más entradas!
¡Que tengáis todos una buena semana! :D
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