La escena de hoy está ambientada en la Edad Media, y es una especie de continuación de la que subí la semana pasada a la que titulé "No puedo moverme".
Me pareció interesante la idea del soldado cargando con la niña y decidí reproducir la escena desde el punto de vista de este soldado y así poder profundizar un poquito más en la historia de esta misteriosa niña.
***
¿Dónde está la niña?
Los guijarros del camino se le
clavaban en los pies y el peso de la niña no ayudaba en nada. El sol del
mediodía parecía reírse de él en lo alto del cielo. El sudor le resbalaba por
el cuello copiosamente y la cota de malla se le pegaba al cuerpo. Afortunadamente
el carro avanzaba muy despacio y no se veía obligado a mantener un paso rápido.
El pelo, crecido sin control, se le caía sobre la frente y los ojos a causa del
sudor produciéndole un desagradable picor. Aquella mañana hasta la barba le
molestaba.
Un dolor punzante le hizo volver
a fijarse en el camino. Una piedra del camino se le había clavado en la planta
del pie, causándole otra herida. La pierna le falló y casi se cae con la niña
al suelo. Lo único que recibió de sus compañeros fue un empujón apremiante.
-Deberías haber abandonado a la
niña- le dijo uno en un arrebato de compasión antes de empujarlo para que
continuase.
Decidió seguir avanzando con la
mirada puesta en el suelo, así evitaría pisar otra piedra y no tendría que
mirar a la cara a esos cerdos con los que le había tocado compartir el viaje.
La niña se movió en sueños en su espalda. Suspiró. Tal vez tuviesen razón.
En ese momento pasó el capitán a
su lado montado en su caballo. Lo miró de reojo, pero no dijo nada.
La niña, ajena a todo aquello,
dormía sujeta a la espalda del soldado. La había encontrado medio desnuda entre
los restos de una aldea. Los salvajes la habían desolado, algo cada vez más
común en aquellas tierras olvidadas por el rey. No había más supervivientes.
Todos los demás aldeanos habían ardido en una pira en lo que en su día fue la
plaza del pueblo. Seguramente la chiquilla habría escuchado sus gritos mientras
permanecía escondida. Cuando la descubrieron entre los escombros de un edificio
mordió a un hombre como si fuese un animal salvaje. El general ordenó que la abandonasen
allí justo antes de que el mismo hombre al que había mordido estuviese a punto
de cortarle el cuello. En cuanto la soltaron intentó correr de nuevo hacia los
escombros pero otro hombre se interpuso en su camino con intención de
asustarla. Él fue el único soldado que intentó defenderla. La cogió y la llevó
de nuevo a los escombros de su escondite. Pero en cuanto sus manos entraron en
contacto, sucedió.
Llevaba mucho tiempo sin
ocurrirle. Creía que había conseguido dejarlo atrás después de unirse al
ejército, pero en aquel momento descubrió que no era así. En cuanto tocó su
carne, el destino y la vida le contaron su destino. La niña moriría esa misma
noche, unos lobos entrarían en el pueblo atraídos por el olor de los muertos,
rastrearían su escondite y… no quería pensarlo.
Por eso decidió suplicarle al
general que dejase que él se encargase de llevarla a la próxima ciudad, donde
estaría más segura. Pese a la extrañada mirada que le echó, el general accedió
siempre que eso no retrasase la marcha de la caravana. Así lo prometió él. Compartiría
su comida con la niña y se encargaría personalmente de que no fuese un peso
para el grupo.
Esa noche no durmió, aunque el
ejército dejó las ruinas de la aldea muy atrás antes de acampar, temiendo un
inminente ataque de los lobos. Cada ruido entre los árboles lo alertaba y no
confiaba en el vigía. Pero a la mañana siguiente la niña permaneció con vida.
¿Había sido capaz de echarle un pulso al destino y salir victorioso?
Desde entonces viajaba con la
niña a sus espaldas. Envuelta en su manta de viaje, dormía casi todo el tiempo
y en ningún momento le había dirigido la palabra a nadie, ni siquiera a él que
era el que le daba algo de comer por las noches. La niña no abría la boca para
nada que no fuese beber agua o tomarse el pedazo de pan seco que le ofrecía el
soldado como comida. Y así habían transcurrido ya dos días.
Por fin esa noche llegarían a la
orilla del río, donde las temperaturas serían mucho más soportables.
Pero no fue así. De manera
inexplicable, el capitán decidió reducir la marcha y buscar un lugar donde
acampar en los bordes del camino real. Nadie hizo preguntas. Esa noche la niña
despertó antes de la cena y se le quedó mirando envuelta en su capa de viaje
mientras él ayudaba a montar el campamento. Durante la cena no hablaron, se
limitaron a comer. Mientras él miraba pensativo el camino, la niña miraba con
curiosidad las estrellas. Luego, volvió a acurrucarse y finalmente se durmió.
El soldado hizo lo mismo sobre la
hierba. Una corriente de aire le revolvió el pelo y le trajo el olor del
bosque. Demonios, la niña tenía su capa de viaje. Esa noche iba a pasar frío.
Se recostó como pudo sobre la
hierba, teniendo cuidado de dónde ponía sus pies llenos de heridas, y evitó
pensar cómo estaría si no se le hubiese ocurrido la absurda idea de cuidar de
la niña antes de dormirse.
Lo despertó un ruido seco. Ya era
de día, a juzgar por los rayos de luz que se colaban entre los árboles. El aire
era cálido y bastante húmedo, muy diferente al que respiraba la noche anterior.
¿Por qué nadie se había levantado si ya era casi medio día? Notó cosquillas en
los pies. Había musgo por todas partes ¿De dónde había salido tanta vegetación?
¿No habían acampado en un claro cerca del bosque? Miró a su alrededor. Todos
los guerreros seguían durmiendo, pero no había ni rastro de la tienda del
capitán ni de la del jefe de la caravana. Curiosamente el carro seguía estando
con ellos. Se levantó angustiado. ¿Dónde estaban?
Cuando lo hizo notó cómo algo se
le escurría por los hombros. Era su capa de viaje, alguien lo había tapado con
ella durante la noche. Eso le recordó algo mucho más importante que su capitán.
-¿Dónde está la niña?- se
sorprendió diciendo en voz alta. ¿Había angustia en su voz?
No obtuvo respuesta.
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