miércoles, 19 de agosto de 2015

Un cierre especial

¡Hola!
Como os prometí el otro día, hoy os traigo el final que había pensado para la escena de suspense. Tampoco se me ha olvidado que prometí subirlo junto con otra entrada, y aquí la tenéis también (la he subido hace unos minutos). Así, sin más, espero que os guste y... ¡nos vemos muy pronto! :D 

***

El señor Ford tardó en recuperarse pero cuando lo hizo decidió que lo mejor sería comprobar si de verdad alguien había abierto el cajón de su escritorio, antes de llamar a seguridad.

Cuando abrió el cajón encontró un paquete negro que no recordaba haber visto en su vida. Con el corazón a mil, se dispuso a abrirlo. Dentro había una tarjeta de visita donde estaba escrito con una letra clara y precisa un número de teléfono.

El señor Ford cogió el teléfono para llamar a seguridad, pero le temblaron las manos y tuvo que serenarse para poder continuar. Esos temblores habían comenzado a presentarse cuando vivía situaciones extremadamente estresantes, pero hace unos pocos meses se habían vuelto demasiado corrientes y se presentaban casi por cualquier cosa. Había días que los ataques eran tan fuertes que llegaba a pensar que no le quedaba demasiado tiempo de vida. Se frotó las sienes para deshacerse del desagradable pensamiento y respiró profundamente. El corazón le latía tan rápido que estaba a punto de salírsele por la boca. Tuvo que colgar y concentrarse en la respiración para poder recuperarse.

Una vez más tranquilo, se colocó las gafas y la sudada camisa, y se dispuso a llamar. Pero esta vez no a seguridad.

Presionó lentamente cada uno de los dígitos que aparecían en la tarjeta y esperó. Un monótono tono de llamada sonaba de fondo en el auricular, llenando su despacho con su desagradable sonido. Pero Ford lo agradeció porque así silenciaba el palpitar de su corazón que no le dejaba pensar.

Ese hombre era peligroso. No sabía cómo, había conseguido colarse en su despacho y dejarle esa nota sin levantar ninguna sospecha. Tendría que reforzar la seguridad si quería dormir tranquilo. Aunque no creía que fuese a servir de mucho.

Los tonos de llamada se estaban agotando. Parecía que nadie iba a responder al teléfono.
Pero cuando se disponía a colgar, escuchó cómo alguien descolgaba el auricular al otro lado de la línea.

-¿Si?- dijo una voz.

En ese momento, todas las preocupaciones desaparecieron. El miedo, la rabia, el odio, sensaciones con las que se había familiarizado con su día a día en la empresa, emociones que sentía a diario hacia sus competidores, hacia su propia mujer y, muchas veces, incluso hacia sí mismo, desaparecieron por fin. El cansancio de un hombre que ha perdido la esperanza también se diluyó como si nunca hubiese estado allí. Su cielo, un cielo gris, oscuro, lleno de nubes negras, se rasgó por un rayo de luz que le iluminó el camino.

Entonces recordó porqué valió la pena hacer el trato con ese hombre.

Llevaba sin escuchar esa voz quince largos años. Sus años de mafioso habían quedado atrás, pero se habían llevado a la única mujer que amó de verdad. Aún recordaba su amargo llanto cuando la vio morir ante él, sin que pudiese hacer nada para salvarla. Sin embargo, le había dejado una hija. Una hija cuya pista había perdido hace quince largos años y que hoy, por fin, había vuelto a encontrar. La voz se oía cambiada por la edad, pero era ella, su hija, no había duda. 

Y por ella valdría la pena vivir un día más.



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