¡Buenos días!
Hoy os traigo una escena inspirada por una canción que estuve escuchando la semana pasada. Se trata de "Welcome to The Black Parade" del grupo My Chemical Romance.
La canción me encantó desde la primera vez que la escuché. Si tuviese que definirla, la definiría como una canción "diferente". De hecho, todo el CD (que, por cierto también se llama "The Black Parade") se podría definir igual. Y es que el grupo tuvo una idea muy buena: usa el disco para contar una historia.
Cada canción es como un capítulo de un libro. Así que, si escuchas la letra, cuando terminas de oír las canciones (en orden), además de la música también has escuchado una historia desde principio a fin.
Después de escribir esta escena estuve unos días buscando información sobre el grupo y, en especial, sobre este CD que tanto me había llamado la atención. En mi búsqueda encontré varias versiones de la misma historia (que es bastante triste, todo sea dicho), así que eso le añade más interés al asunto. Además de ser una historia interesante, deja una libre interpretación al que la escucha. Incluso se le puede encontrar un mensaje de superación muy interesante.
El caso es que la idea me gustó tanto que no dudé en subir la escena al blog.
Como ya habréis podido deducir, esta escena NO TIENE ABSOLUTAMENTE NADA QUE VER CON LA HISTORIA QUE NOS CUENTA EL CD. Como ya he dicho, la escribí antes de enterarme de ésta.
A lo mejor dedico una entrada a parte para narrar la historia del CD, pero como ese no es el propósito de esta entrada, ya me callo y vamos a empezar con la escena.
¡Espero que os guste!
***
El gran desfile
Las luces de los fuegos
artificiales iluminaban el cielo al ritmo de la marcha marcada por los
tambores. Los soldados avanzaban con sus fusiles al ritmo que les marcaba el
capitán. La orquesta hacía temblar las calles con el poderoso himno y las
bailarinas animaban el desfile con una amplia variedad de piruetas. Los músicos
golpeaban con fuerza sus tambores, hacían cantar a los trombones y trompetas,
rasgaban las cuerdas de sus violines y hacían vibrar los platillos. La gente
permanecía pegada a las barreras que los separaban del desfile gritando de
júbilo. Niños, jóvenes, ancianos. Madres, padres, hijos, abuelos… nadie había
faltado esa noche. Toda la ciudad había salido a la calle para ver el desfile
de Año Nuevo.
“Por el comienzo de un año mejor
para todos” decían los estandartes. O eso le dijo su padre, porque cuando él
vio el desfile era demasiado pequeño como para poder ver por encima de las
barricadas y mucho menos por encima de la alocada multitud. Hasta el sonido de
los fuegos artificiales le ponía un poco nervioso.
Pero su padre, como siempre,
había estado allí para ayudarle. Lo aupó sobre sus hombros y buscó un buen
sitio para que él pudiese ver la marcha. Entonces toda la angustia se le pasó.
Por primera vez, notó que dejaba de ser uno. Fue como salir de sí mismo y
transformarse en algo más grande. La multitud, su padre, los soldados… todos
fueron uno sólo por momento. No había visto nada tan hermoso desde entonces.
Los fuegos artificiales, la música, los uniformes de los soldados y los
coordinados movimientos de las animadoras hacían del desfile una auténtica obra
de arte. Esa noche vibró con la música, notó cómo la luz de los hermosos fuegos
artificiales llegaba a iluminar su corazón y retuvo en lo más profundo de su
memoria el sonido de las botas al marchar. Delante de él estaban caminando los
héroes del país. Y él estaba allí para poder verlo.
Su padre siempre le había hablado
de esos héroes, pero esa noche él lo escuchó con verdadero interés. Su padre le
explicó mil aventuras de cuando él también perteneció al ejército antes de
recibir la herida que lo incapacitó y le habló de la ética y de la moral. Esa
noche le habló de héroes y de villanos, de pactos y de honor. De hombres fieles
y de traidores. De los fuertes, de los débiles y de responsabilidad. Todavía
los ojos le brillaban cuando recordaba aquella noche que marcó su destino.
Esa noche hizo el solemne
juramento de unirse al ejército cuando fuese mayor. Él también quería luchar
por ayudar al débil, por proteger al necesitado y por ayudar al indefenso.
Daría su vida por los demás como había hecho su padre y perseguiría a los
injustos para darles su merecido castigo. Y, un día, su padre lo vería
transformado en uno de esos héroes. Él también organizaría un desfile para que
él lo viese.
Fue una pena que pocos meses
después su padre muriese a causa de la misma herida que le obligó a retirarse. Nunca
lo vio entrenar. Nunca lo llegó a ver transformarse en soldado. Nunca lo vio
desfilar.
Ya habían pasado muchos años,
pero todavía lo sentía. Ojalá pudiese verle esa noche. Estaría orgulloso de él.
Todavía recordaba las luces, los
colores y la música de aquel desfile. Si se concentraba, podía ver todavía los
soldados desfilar por las calles, pero sabía que no eran más que espectros que
desaparecerían con la luz del sol. Desde la altura a la que se encontraba,
todos los colores se entremezclaban en una curiosa vorágine de color y
recuerdos borrosos. Ahora las calles estaban desiertas, casi abandonadas. Nadie
se atrevía ya a salir por las noches después del toque de queda. Hace no mucho
tiempo, esa zona de la ciudad era un lugar de diversión por la noche. Ahora lo
mejor que te podía pasar es que te robasen.
Una llamada por el comunicador le
hizo volver a la realidad. Era Cloe.
-Lo han perdido, estate atento. El
escuadrón Delta dice que va hacia tu posición. No podemos dejarle escapar otra
vez.
Esos policías hacían lo que
podían para detener la oleada de crimen que asolaba la ciudad. Pero no era
suficiente. Su organización en escuadrones de nombres variopintos no servía cuando
la amenaza era tan escurridiza. Delta, Charlie, Bravo… muchos se habían desmantelado
ya. La policía necesitaba otra organización y nuevos líderes. Cuando los
afectados por las mutaciones empezaron habitar las calles a las bandas se les
ocurrió que tenerlos entre sus filas sería una buena idea. Ahora no sólo tenían
que enfrentarse con matones de poca monta, sino también con aumentados que vestían
sus colores. Pero los peores no eran los pandilleros, eran a los que llamaban
Solitarios. El apodo les venía a la perfección. Lobos solitarios, personas
transformadas en criaturas horribles, incapaces de vivir en sociedad y de
comportamiento violento. Cada vez que aparecía alguno de ellos moría gente. Era
una regla tan exacta como que durante el día era el único momento en el que las
calles eran mínimamente seguras.
Algún día la policía estaría preparada
para hacer frente a la amenaza, pero ese momento no había llegado todavía. Afortunadamente,
mientras la policía buscaba nuevos líderes, estaban ellos para encargarse del problema.
La policía no servía, hacían falta soldados entrenados. Pero sacar el ejército
a las calles no era una buena idea, asustaba más a la gente. Para eso los
seleccionaron a ellos. Los mejores soldados del país, entrenados especialmente
para enfrentarse a los aumentados y tener posibilidades de salir con vida.
Habían formado una unidad especial dentro de la policía y se encargaban de
coordinar las operaciones que involucraban a los aumentados. Los mejores líderes,
científicos, estrategas, médicos y soldados, todos reunidos bajo la misma bandera,
luchando por mantener el orden en las calles y encontrar respuestas para la gran
pregunta. ¿Cómo había empezado todo aquello?
Un sonido a sus espaldas le advirtió del inminente ataque. Lo estaba esperando. Su olfato desarrollado le había
advertido del peligro hace tiempo. Disimuladamente se llevó la mano a la empuñadura de la espada.
Era la una de la mañana.
Esa noche iba a ser muy larga.
***
Como siempre, espero que os haya gustado.
En realidad la escena era un poquito más larga, pero no me gusta hacer las entradas demasiado extensas. Mi objetivo es que no quiero que lleve más de cinco o seis minutos el leerlas.
A lo mejor algún día subo el resto :)
A lo mejor algún día subo el resto :)
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