lunes, 29 de agosto de 2016

30 escenas - 8

¡Feliz lunes!
Hoy os traigo una escena inspirada en el universo de Warhammer  40.000. 
Por si acaso alguien no lo conoce, se trata de una historia creada en un futuro en el que la guerra ha asolado la galaxia. Empezó como un juego de mesa de miniaturas, pero ha terminado llegando a los libros y a los videojuegos, además de expandirse a otras categorías de juegos de mesa.
En estas batallas se enfrentan varios ejércitos que representan a varias razas. Están los Marines Espaciales, la Guardia Imperial y las Hermanas de la Batalla representando a los humanos, pero también hay otras razas como los Eldars (Elfos), los Orcos, los Tau, el Caos... y otras muchas más.
Entre las razas hay alianzas, traiciones y un profundo odio, pero ante todo hay guerra. Una guerra asoladora que amenaza con destruir la galaxia.
¡Espero que os guste!

***

El accidente del Thermogeddon
Los barracones médicos se llenaron de pacientes tan rápido como éstos se construyeron. La incursión organizada por los eldars había sido un golpe duro para la nave. Para cuando saltaron las alarmas, los motores ya se habían reducido a un montón de chatarra inservible. Lo peor fue cuando intentaron mandar al Capitán del Thermogeddon a un lugar seguro mediante el sistema de teletransporte mientras la nave se precipitaba sin remedio contra el planeta, atraído por su campo gravitatorio.
Los eldar lo habían planeado muy bien. Cuando el capitán de la nave estaba en medio del viaje, los eldar hicieron explotar los reguladores de presión y los marcadores de vacío. La máquina falló antes de completar el proceso. En el mejor de los casos, el capitán estaría en cualquier parte de aquella inmensa galaxia inexplorada hasta entonces por el Imperio. En el peor de los casos… el hermano Amadeus no quería pensarlo.
Pocos fueron los que sobrevivieron al impacto y mucho menos había sobrevivido del equipo de comunicaciones del Thermogeddon, pero Amadeus mantenía la esperanza de que los técnicos supervivientes pudiesen repara la señal de auxilio de la nave. Por desgracia, para ello necesitaban energía y un sistema de señales funcional. Y en ese momento carecían de ambas cosas. Por si fuese poco, tampoco sabía dónde habían ido a parar aquellos asquerosos eldar. Con suerte habrían muerto en el aterrizaje como muchos de sus hombres.

Amadeus, vestido con la armadura de combate y portando las insignias que lo reconocían como capitán, caminaba erguido acompañado de sus generales. Era el más joven de los tres, pero no por ello inexperto en disciplinas como el combate y el liderazgo. Sus hombres lo saludaban al pasar, a lo que él respondía con un impersonal movimiento de cabeza. La mayoría eran tropas de la Guardia Imperial. De la centena de supervivientes casi todos eran hombres de la Guardia y sólo unos pocos pertenecían a los Corsarios Negros, el Capítulo de los Marines Espaciales a los que Amadeus había jurado lealtad. Tras su reciente nombramiento como Capitán después de la desaparición de su predecesor, Amadeus se había dejado la piel en hacer de aquel terreno alienígena un lugar habitable para los supervivientes hasta que llegase una nave de rescate. Se había ganado el respeto y la obediencia absoluta de todos las tropas en un tiempo record. Algo que, desgraciadamente, no había conseguido con los generales que le acompañaban en ese momento.
El cielo de aquel planeta era tan gris como su suelo. Siempre lleno de nubes de azufre que amenazaban con aproximarse demasiado a la superficie del planeta y matarlos a todos. Incluso con los sistemas de desinfección y filtrado que poseían los pulmones de todo Marine Espacial, Amadeus dudaba de que sus hombres sobreviviesen a una exposición prolongada a esos gases. Y mucho menos de que los hombres de la Guardia Imperial lo lograsen. El suelo era gris como la ceniza. Había ordenado a los pocos exploradores de los que disponían que obtuviesen muestras para que el Bibliotecario, que afortunadamente había sobrevivido, pudiese analizarlas y decirle qué composición tenían aquellas tierras. Con suerte podrían cultivar algo en ellas con lo que subsistir hasta que les llegasen noticias del Imperio. El aire era seco, pero las temperaturas no eran demasiado elevadas. Eso también era buena señal.
El mejor regalo fue la presencia de oxígeno en la atmósfera. En concentraciones irregulares a lo largo del planeta y mezclado con otras sustancias que no podía distinguir sin la ayuda del Bibliotecario, pero afortunadamente ninguna de ellas parecía letal para los hombres. De otro modo, ya estarían todos muertos.
En cuanto se hizo un recuento de los supervivientes, Amadeus ordenó que se construyese un campamento con los restos que se recogiesen de la nave. La mayoría de la estructura estaba destruida, pero las piezas que habían quedado desperdigadas por todas partes todavía podían usarse para construir barricadas para defenderse y camillas para llevar a los enfermos. Además, muchos de los contenedores blindados que habían estado en las bodegas todavía seguían sin abrir. Todos los hombres que no estuviesen montando guardia, por orden del Comandante Hermano de los Corsarios Negros de los Marines Espaciales, tenían orden de ayudar en los equipos de búsqueda entre los restos de la nave para encontrar estas cajas. Con suerte, antes de que llegase la noche, si es que ese evento tenía lugar en aquel planeta, podrían haber conseguido algunas armas y provisiones.
El campamento estaba formado por improvisadas tiendas que servían de barracones, respetando una gran superficie en su centro donde se habían colocado a todos los enfermos y los barracones médicos. Alrededor del campamento habían colocado placas de metal formando una improvisada muralla que los separase del inhóspito mundo exterior. El barro y la suciedad no había tardado en acumularse en el campamento. Amadeus pisó un charco de combustible y barro de camino al centro del asentamiento. Sus acompañantes intentaron esquivarlo con mirada de asco. Él no redujo la marcha para esperarlos.

Por todas partes había hombres corriendo cargando compañeros heridos. Los soldados se dejaban la espalda para atender la constante llegada de heridos traídos por los pelotones de exploradores desde los restos de la nave. Amadeus se fijó en que había un hombre retorciéndose de dolor entre dos tiendas. Detuvo su marcha y se acercó a él. No tardó en descubrir la causa de su dolor. Tenía un brazo dislocado. Un montón de cajas derribadas a su lado le daba una idea de lo que había pasado. Lo tomó por la cintura sin esfuerzo y lo levantó en peso ante la sorprendida mirada de sus ancianos acompañantes. Continuó la marcha sin decir nada.
Cuanto más se acercaban al centro del asentamiento, más charcos de barro y suciedad había. El aire se llenó de un olor desagradable a infección, terror y muerte. Había heridos por todas partes. A algunos les faltaban extremidades, otros tenían horribles heridas supurantes, quemaduras y costras de todos los colores. El suelo de los barracones médicos estaba lleno de todo tipo de fluidos malolientes. Los servidores corrían de un lado a otro moviendo sus extremidades mecánicas siguiendo las órdenes de los médicos. Al fondo, sobre los barracones, se veía el humo negro que salía de los trozos de nave situados más allá del campamento.
En cuanto lo vieron, todos dejaron de hacer lo que fuese que estaban haciendo y se pararon a saludar a su capitán. Amadeus los dispensó con un gesto de cabeza y entregó a un servidor médico al soldado herido que había traído sobre sus hombros.
El sonido de un cuerno en la entrada del asentamiento llamó su atención. Eso sólo podía significar que los exploradores de los Marines Espaciales habían vuelto con noticias. Dispensó a los generales diciéndoles que se reuniría con ellos en una hora y se encaminó hacia la entrada.
El cuerpo de exploradores había perdido a casi todos sus efectivos en el accidente. De ellos sólo había sobrevivido el Hermano Aetos, que ahora ejercía de jefe de exploradores de los Marines Espaciales, y otros cuatro hombres, todos miembros de la Guardia Imperial. Era pocos, pero los suficientes para rastrear el terreno circundante a la explosión. Al igual que Amadeus, Aetos también había jurado lealtad ante el Emperador y ante el Código del Capítulo de los Corsarios Negros, miembros indispensables del ejército de los Marines Espaciales.
Amadeus encontró a Aetos dando órdenes a dos grupos de hombres que volvían con restos de la nave y con más heridos. Cuando llegó Amadeus ya corrían a cumplir órdenes.

-Saludos, Capitán-
-Saludos, Hermano Aetos. ¿Traes noticias del exterior?
-Mis hombres y yo no nos hemos podido alejar demasiado, señor. Pero ha sido suficiente para hacernos una idea de nuestra situación. Acabo de enviar hombres con las muestras a analizar para el Bibliotecario…
-Resume, Aetos. ¿Qué hay ahí fuera?
-Podría decir que hay dos noticias importantes, señor. La primera es que hemos encontrado suministros de agua no muy lejos de aquí que, según los indicadores del analizador, pueden ser potables si la tratamos antes con una depuradora.
Amadeus enarcó una ceja. Aetos se continuó hablando.
-Y me han comunicado que han encontrado varias depuradoras todavía funcionales entre los escombros. Ya he ordenado a mis hombres que las instalen.
-Me alegro. ¿Y la segunda noticia?
Aetos se rascó el cuello y se secó una gota de sudor que le caía por la frente antes de contestar. Mala señal.
-Será mejor que lo vea usted mismo, señor.
-Aetos, no tengo tiempo…- comenzó a decir Amadeus, pero entonces se dio cuenta de que el Hermano Explorador miraba detrás de él. Un grupo de hombres uniformados con los trajes de la Guardia Imperial estaban construyendo camillas improvisadas para llevar a los heridos traídos por los exploradores. Demasiada gente escuchando, eso había querido decirle Aetos.
-Está bien- dijo finalmente Amadeus, y siguió a Aetos más allá de los límites del campamento. El camino fue breve, pero tuvieron que atravesar una zona llena de piedras diez veces más grandes que un hombre hasta llegar a una colina.
-Justo arriba, señor- le indicó el Explorador.
Los dos hombres subieron a la cima y Aetos le cedió sus prismáticos a Amadeus.
-Mire al fondo del valle- le dijo.

Amadeus buscó lo que Aetos le indicaba. No le costó encontrarlo. Ante ellos se extendía un inmenso valle de color ceniza plagado de aquellas piedras gigantes en cuyo centro había una gran humareda. Ese montón de humo procedía de un montón de hogueras alrededor de las cuales se agrupaban cientos y cientos de orcos. Un asentamiento de guerreros en toda regla, a menos de un kilómetro de su campamento de refugiados del accidente. Y obviamente la explosión de la nave no les habría pasado desapercibida. A través de los prismáticos, Amadeus vio cómo los pieles verdes se agrupaban en improvisadas patrullas armadas con armas precarias. No tardarían en avanzar hacia el campamento. Se acordó de todos los heridos. No estaban preparados para resistir un ataque de aquella magnitud.

-Mierda- fue todo lo que dijo.

***

Espero que os haya gustado.
Tal vez retome en algún momento las aventuras del Hermano Capitán Amadeus, perteneciente al Capítulo de Los Corsarios Negros de los Marines Espaciales.
¡Feliz semana! ¡Por el Emperador! ;)

Fotos obtenidas de Pinterest

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