lunes, 15 de agosto de 2016

30 escenas

¡Hola a todos otra vez!

Sé que el blog ha estado un poco inactivo durante este curso. Os prometo que he intentado darle vida durante este tiempo pero se me ha hecho realmente difícil durante las clases.

Así que durante este mes de agosto y principios de septiembre voy a subir 30 escenas, 3 a la semana (lunes, miércoles y viernes, aunque puede variar). El objetivo de esto es escribir con variedad, así que espero poder daros un poquito de todo durante este tiempo. Sólo os aviso de que no tienen por qué ser una historia completa, así que no os sorprenda que muchas de ellas no tengan un final definido. Ni tampoco que no sean excesivamente largas (no más de 900 palabras, en la mayoría de los casos).
Repito, son 30 escenas, no historias.

Espero que os gusten, que os sirvan de inspiración y como ánimo para que os animéis a escribir un poquito cada día. O, como mínimo, que os entretengan un ratito.

Y sin enrollarme más, empecemos con la primera.
Por cierto, les he puesto un titulo a cada una para hacer esto un poco más interesante ;)

***

El recuerdo del mar

La superficie del agua formaba pequeñas olas que iban a romper a la orilla del puerto. En ella había raíces y algas en una amplia variedad de tonos verdosos y marrones. Olía a pescado. A Isabel le pareció ver la cabeza de un pez asomar entre los líquenes, en busca de algún insecto o de un pececillo desprevenido. En su cabeza resonaron unas palabras que había escuchado muchas veces en boca de su padre. “El pez grande siempre se termina comiendo al pequeño”. Sacudió la cabeza, no quería recordarlo. No en ese momento.

La entrada del puerto siempre le traía buenos recuerdos. El sonido de las chanclas contra la madera del puente le trajo imágenes de veranos anteriores. Tiempos pasados, tiempos mejores. Pasó por debajo del arco de entrada. El letrero ya estaba desgastado, pero ella todavía podía leer “Puerto” en la oscurecida madera. El puente seguía tan viejo como lo recordaba. La madera seguía crujiendo con su peso y los gastados pasamanos seguían ayudando a cruzar a los viejos marineros pese al paso de los años y al constante contacto con la sal del mar y la humedad del ambiente.

Isabel todavía recordaba esas mañanas en las que corría por esas tablas acompañada de sus amigos. Todos eran demasiado pequeños para darse cuenta de lo peligroso que podía ser el puerto. Recordaba que sus padres les prohibían acercarse por allí. Pero el sonido del agua, el sabor de la sal, el movimiento de los barcos y el olor a vida que traía el mar era demasiado atractivo para ellos. Todavía entonces notaba la llamada del mar cuando iba al puerto.

Esa tarde volvió a sentir el escalofrío. Aquella agradable sensación le recorrió la espalda, empezando en la nuca y bajando por su espalda hasta sus piernas. El olor del mar la golpeó cuando llegó a la puerta del establecimiento. Un viejo cartel anunciaba que la cafetería estaba cerrada. Todavía recordaba el sabor de los desayunos que tomaba con sus padres allí. Era una pena que ya no viniese nadie por allí.
Bordeando el edificio se encontró con los embarcaderos. De los seis antiguos embarcaderos sólo quedaba uno abierto. El acceso a todos los demás estaba bloqueado por varias verjas oxidadas que en un momento estuvieron pintadas de color verde. Ahora ni siquiera ella podía identificar ese color entre el óxido.
El último embarcadero era el único que todavía conservaba su color. Isabel tiró de la manivela. Estaba fría y sucia de óxido, pero todavía funcionaba. La verja del único embarcadero que seguía en uso se abrió para ella. Una agradable brisa le removió el pelo. Era agradable saber que el mar seguía acordándose de ella.

El olor a mar le llegaba de todas partes. Disfrutando del agradable sonido del mar golpeando contra las tablas de madera, avanzó por el embarcadero.
En su día el sol reflejaba en los cascos de los barcos. Recordaba el picor en los ojos que producía la luz al reflejar en el blanco cubierto por agua de mar. Ahora ya no había barcos, ni sol. Las nubes cubrían el cielo, esa noche habría tormenta.

El agua gris movía una vieja lancha cuyo dueño no se había dignado a recoger cuando cerraron el puerto. Estaba cubierta por una raída sábana gris. Isabel pasó de largo y se detuvo delante de la otra embarcación que se mecía por las olas. Era blanca como la de sus recuerdos. Tenía una vela grisácea recogida en el mástil. Era el barco de su abuelo. En su día fue un buen barco, pero ahora no quedaba más que su recuerdo. El mar seguía meciendo la embarcación en silencio. Los leves quejidos de los tablones era lo único que perturbaba el silencio que ella y el mar mantenían. Isabel cerró los ojos e inspiró profundamente. El olor a mar la envolvió. Olor a naturaleza. Olor a vida. ¿Por qué no supieron ver eso los que cerraron el puerto?

Un chapoteo a sus espaldas seguido de un crujido en la madera la sacó de sus reflexiones. Había alguien detrás de ella. Estaba segura.

Justo entonces, se despertó.

***

Espero que os haya gustado. 
Nos vemos el miércoles con más.
¡Un saludo! ;)



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