¡Feliz miércoles!
La escena de hoy también viene inspirada por un juego. En este caso, por un videojuego: Bloddborne.
En Bloodborne el jugador encarna a un cazador, un hombre que está obligado a luchar contra los monstruos que salen de una pesadilla que ha asolado la antigua ciudad de Yharnam y que está terminando con la vida y la cordura de sus habitantes.
No he jugado nunca al juego, pero últimamente he escuchado hablar mucho de él y me he inspirado en las húmedas calles de Yharnam y en la historia del cazador para escribir la escena de hoy.
¡Espero que os guste!
***
La salvación del Padre
Mattia
La lluvia golpeaba con fuerza las
vidrieras que decoraban las ventanas de la iglesia. Excepto por el sonido del
agua en los cristales y el de las goteras, la estancia estaba en completo
silencio. En el altar todavía estaban los objetos utilizados en la última
ceremonia, mucho tiempo atrás. Entonces aquella iglesia era un lugar
concurrido. Apenas se cabía durante las ceremonias. Pero eso era antes.
Ahora en la sala sólo había un
hombre. La figura se acercó al altar. Había objetos por todas partes.
Candelabros, cruces, cálices y bandejas. Algunas seguían sobre la mesa, pero la
mayoría estaban desperdigadas por el suelo. Muchas estaban hechas añicos. El
mantel blanco que antes cubría la mesa estaba medio caído y rasgado por un
extremo. Del libro sagrado no quedaban más que despojos. El hombre examinó la
tela. No le gustó nada la forma que tenían los rotos.
“El Padre Mattia es un enviado del
cielo” decían todos en los tiempos previos a la enfermedad. Una sociedad
puritana y profundamente creyente como Yharnam agradecía tener un párroco
comprensivo que los escuchase y que compartiese sus preocupaciones. La ciudad
había necesitado a un buen hombre que velase por ellos, y eso era lo que les
había dado Mattia. Su consultorio había estado siempre abierto para todo aquel
que lo necesitase, fuese la hora que fuese. Hasta la escéptica guardia lo
consideraba más leal a Yharnam que ellos mismos.
Una corriente de aire le trajo un
desagradable olor de detrás del altar. El hombre se llevó la mano al cinturón y
desenvainó una espada de plata. Su largo abrigo negro se movió con el viento
que se colaba por la puerta de la iglesia. La lluvia estaba empapando el suelo
de la entrada. Ocultando su rostro bajo un sombrero de ala ancha, el cazador
rodeó la mesa lentamente, como un cuervo volando en círculos alrededor de una
presa.
Las tenues luces de la capilla
iluminaron lo que se ocultaba detrás del altar. Los músculos del cazador se relajaron.
Era una toga. La toga blanca del Padre Mattia, manchada del color carmín de la
sangre. Después de la enfermedad, esa iglesia había ocultado actos atroces. Ya
no quedaba sitio para los antiguos dioses. Allí dentro sólo había oscuridad. La
tormenta seguía golpeando los cristales. El cazador se colocó el sombrero y se
dirigió a la salida. Había terminado su trabajo allí dentro.
La lluvia lo recibió con su
gélido abrazo. Desde la puerta de la iglesia se podía ver el reloj de la torre.
Quedaban cinco minutos para media noche. Algo se movió dentro de la iglesia. El
cazador intentó detectar el origen del ruido pero allí sólo quedaba oscuridad y
silencio.
Echó a caminar sin mirar atrás.
El Padre Mattia siempre era puntual en su oración de media noche. Al dirigirse
hacia la plaza pasó al lado de un cadáver que intentó agarrarlo de la capa. Al
menos mientras todavía tenía los brazos. Con un gemido, el muerto cayó al
suelo. El cazador no perdió tiempo en rematarlo. Mientras volvía a enfundar la
espada, desapareció en la oscuridad de las calles.
En la plaza no había más que
muertos que se calentaban junto a las hogueras. No hablaban, no se movían, simplemente
permanecían estáticos. Tal vez esperando que por fin llegase un cazador a
terminar con su existencia. Todavía tendrían que esperar para eso. El cazador
los observaba desde uno de los tejados. Había llegado justo a tiempo. El reloj
empezó a dar las campanadas de media noche.
Por cada campanada, uno de los
muertos caía decapitado. Una ola de oscuridad invadió la plaza. Las sombras
correteaban por el suelo como cucarachas, devorándolo todo. Las luces se
apagaron, hasta las bombillas de las escasas farolas que seguían funcionando
reventaban a su paso. Los hombres que protegían las hogueras cayeron entre
gritos. Los zarcillos de oscuridad se agruparon en el centro de la plaza.
Formado por aquella amalgama oscura, una figura comenzó a alzarse entre las sombras.
El cazador había escuchado los
cuentos. Cuentos de un señor del bosque, un monstruoso ciervo que devoraba a
aquellos que intentasen dañar la naturaleza. Aquel ser parecía sacado de uno de
esos cuentos. Cabeza de lobo, cuernos de alce retorcidos como las ancianas
ramas de un árbol sacado de lo más profundo del bosque de Yharnam, garras de
oso y un poderoso brazo de titán. Su piel podrida estaba cubierta de pelo
mojado y maloliente como ocurría con todas las bestias. Pero pese a su deforme figura
todavía conservaba restos de la sotana.
El Padre Mattia rugió a la luna
de sangre antes de clavar sus ojos rojos e hinchados sobre el cazador. Hubo un
tiempo en que la ciudad necesitaba un buen hombre que la protegiese, y Mattia
le dio exactamente eso. Ahora Yharnam no necesitaba buenos hombres. Todos estaban
muertos. Ahora Yharnam aullaba por las noches, gemía en la oscuridad buscando monstruos
para engordar la eterna pesadilla de la que ninguno podía despertar. Y eso era
lo que Mattia, siempre fiel a Yharnam, le había dado a su ciudad.
El cazador atacó primero. Las
siete balas de plata impactaron en el poderoso brazo de la bestia arrancándole
un rugido. Antes de que pudiese darse cuenta, el cazador ya había bajado del
tejado y corría hacia él armado con la espada. El monstruo rugió y le golpeó
con sus garras. La batalla continuó entre rugidos, golpes y gritos de dolor
salpicados con la sangre de ambos combatientes. La lluvia limpiaba la sangre de
sus heridas y la hacía correr por los adoquines de la calle. Los rayos
iluminaban el rostro del hombre maldito y los cuernos de la bestia.
Como todas las noches desde hace
mucho, mucho tiempo, el Padre Mattia y el cazador se enfrentaron en un cruel
combate del que sólo uno podía salir vencedor. A su alrededor los espíritus de
los muertos observaban en silencio. Sus ojos vacíos y sus mandíbulas caídas no
desvelaban ningún sentimiento, pero en el fondo estaban rezando como el Padre Mattia
les había enseñado a hacer hace demasiado tiempo como para recordar.
Rezaban por el alma del Padre.
Rezaban por el alma del cazador. Rezaban porque algún día él los liberarse de
su maldición. Porque, algún día, el cazador les diese la salvación que el Padre
Mattia ya no podía darles.
Rezaban porque, tal vez así, por
fin podrían morir en paz.
***
Un poco siniestro, sí. Al estilo de Bloodborne.
Espero que os haya gustado y nos vemos el viernes con otra entrada (de un estilo bastante diferente a ésta).
¡Feliz semana!
Me ha encantado. Soy un jugador del juego desde hace un tiempo y puedo afirmar que este relato transmite perfectamente la sensación de lenta soledad que transmite la historia del juego. Esta claro que el supuesto "padre Mattia" no es ni más ni menos que la bestia clérigo. :P Sigue con estas historias! Me ecantan!
ResponderEliminar¡Me alegro mucho de que te haya gustado!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario :)