miércoles, 31 de agosto de 2016

30 escenas - 9

¡Feliz miércoles!
La escena de hoy también viene inspirada por un juego. En este caso, por un videojuego: Bloddborne.
En Bloodborne el jugador encarna a un cazador, un hombre que está obligado a luchar contra los monstruos que salen de una pesadilla que ha asolado la antigua ciudad de Yharnam y que está terminando con la vida y la cordura de sus habitantes.
No he jugado nunca al juego, pero últimamente he escuchado hablar mucho de él y me he inspirado en las húmedas calles de Yharnam y en la historia del cazador para escribir la escena de hoy.
¡Espero que os guste!

***
La salvación del Padre Mattia
La lluvia golpeaba con fuerza las vidrieras que decoraban las ventanas de la iglesia. Excepto por el sonido del agua en los cristales y el de las goteras, la estancia estaba en completo silencio. En el altar todavía estaban los objetos utilizados en la última ceremonia, mucho tiempo atrás. Entonces aquella iglesia era un lugar concurrido. Apenas se cabía durante las ceremonias. Pero eso era antes.
Ahora en la sala sólo había un hombre. La figura se acercó al altar. Había objetos por todas partes. Candelabros, cruces, cálices y bandejas. Algunas seguían sobre la mesa, pero la mayoría estaban desperdigadas por el suelo. Muchas estaban hechas añicos. El mantel blanco que antes cubría la mesa estaba medio caído y rasgado por un extremo. Del libro sagrado no quedaban más que despojos. El hombre examinó la tela. No le gustó nada la forma que tenían los rotos.

“El Padre Mattia es un enviado del cielo” decían todos en los tiempos previos a la enfermedad. Una sociedad puritana y profundamente creyente como Yharnam agradecía tener un párroco comprensivo que los escuchase y que compartiese sus preocupaciones. La ciudad había necesitado a un buen hombre que velase por ellos, y eso era lo que les había dado Mattia. Su consultorio había estado siempre abierto para todo aquel que lo necesitase, fuese la hora que fuese. Hasta la escéptica guardia lo consideraba más leal a Yharnam que ellos mismos.
Una corriente de aire le trajo un desagradable olor de detrás del altar. El hombre se llevó la mano al cinturón y desenvainó una espada de plata. Su largo abrigo negro se movió con el viento que se colaba por la puerta de la iglesia. La lluvia estaba empapando el suelo de la entrada. Ocultando su rostro bajo un sombrero de ala ancha, el cazador rodeó la mesa lentamente, como un cuervo volando en círculos alrededor de una presa.

Las tenues luces de la capilla iluminaron lo que se ocultaba detrás del altar. Los músculos del cazador se relajaron. Era una toga. La toga blanca del Padre Mattia, manchada del color carmín de la sangre. Después de la enfermedad, esa iglesia había ocultado actos atroces. Ya no quedaba sitio para los antiguos dioses. Allí dentro sólo había oscuridad. La tormenta seguía golpeando los cristales. El cazador se colocó el sombrero y se dirigió a la salida. Había terminado su trabajo allí dentro.
La lluvia lo recibió con su gélido abrazo. Desde la puerta de la iglesia se podía ver el reloj de la torre. Quedaban cinco minutos para media noche. Algo se movió dentro de la iglesia. El cazador intentó detectar el origen del ruido pero allí sólo quedaba oscuridad y silencio.
Echó a caminar sin mirar atrás. El Padre Mattia siempre era puntual en su oración de media noche. Al dirigirse hacia la plaza pasó al lado de un cadáver que intentó agarrarlo de la capa. Al menos mientras todavía tenía los brazos. Con un gemido, el muerto cayó al suelo. El cazador no perdió tiempo en rematarlo. Mientras volvía a enfundar la espada, desapareció en la oscuridad de las calles.

En la plaza no había más que muertos que se calentaban junto a las hogueras. No hablaban, no se movían, simplemente permanecían estáticos. Tal vez esperando que por fin llegase un cazador a terminar con su existencia. Todavía tendrían que esperar para eso. El cazador los observaba desde uno de los tejados. Había llegado justo a tiempo. El reloj empezó a dar las campanadas de media noche.
Por cada campanada, uno de los muertos caía decapitado. Una ola de oscuridad invadió la plaza. Las sombras correteaban por el suelo como cucarachas, devorándolo todo. Las luces se apagaron, hasta las bombillas de las escasas farolas que seguían funcionando reventaban a su paso. Los hombres que protegían las hogueras cayeron entre gritos. Los zarcillos de oscuridad se agruparon en el centro de la plaza. Formado por aquella amalgama oscura, una figura comenzó a alzarse entre las sombras.
El cazador había escuchado los cuentos. Cuentos de un señor del bosque, un monstruoso ciervo que devoraba a aquellos que intentasen dañar la naturaleza. Aquel ser parecía sacado de uno de esos cuentos. Cabeza de lobo, cuernos de alce retorcidos como las ancianas ramas de un árbol sacado de lo más profundo del bosque de Yharnam, garras de oso y un poderoso brazo de titán. Su piel podrida estaba cubierta de pelo mojado y maloliente como ocurría con todas las bestias. Pero pese a su deforme figura todavía conservaba restos de la sotana.
El Padre Mattia rugió a la luna de sangre antes de clavar sus ojos rojos e hinchados sobre el cazador. Hubo un tiempo en que la ciudad necesitaba un buen hombre que la protegiese, y Mattia le dio exactamente eso. Ahora Yharnam no necesitaba buenos hombres. Todos estaban muertos. Ahora Yharnam aullaba por las noches, gemía en la oscuridad buscando monstruos para engordar la eterna pesadilla de la que ninguno podía despertar. Y eso era lo que Mattia, siempre fiel a Yharnam, le había dado a su ciudad.

El cazador atacó primero. Las siete balas de plata impactaron en el poderoso brazo de la bestia arrancándole un rugido. Antes de que pudiese darse cuenta, el cazador ya había bajado del tejado y corría hacia él armado con la espada. El monstruo rugió y le golpeó con sus garras. La batalla continuó entre rugidos, golpes y gritos de dolor salpicados con la sangre de ambos combatientes. La lluvia limpiaba la sangre de sus heridas y la hacía correr por los adoquines de la calle. Los rayos iluminaban el rostro del hombre maldito y los cuernos de la bestia.

Como todas las noches desde hace mucho, mucho tiempo, el Padre Mattia y el cazador se enfrentaron en un cruel combate del que sólo uno podía salir vencedor. A su alrededor los espíritus de los muertos observaban en silencio. Sus ojos vacíos y sus mandíbulas caídas no desvelaban ningún sentimiento, pero en el fondo estaban rezando como el Padre Mattia les había enseñado a hacer hace demasiado tiempo como para recordar.

Rezaban por el alma del Padre. Rezaban por el alma del cazador. Rezaban porque algún día él los liberarse de su maldición. Porque, algún día, el cazador les diese la salvación que el Padre Mattia ya no podía darles.

Rezaban porque, tal vez así, por fin podrían morir en paz.

***
Un poco siniestro, sí. Al estilo de Bloodborne.
Espero que os haya gustado y nos vemos el viernes con otra entrada (de un estilo bastante diferente a ésta).
¡Feliz semana!


2 comentarios:

  1. Me ha encantado. Soy un jugador del juego desde hace un tiempo y puedo afirmar que este relato transmite perfectamente la sensación de lenta soledad que transmite la historia del juego. Esta claro que el supuesto "padre Mattia" no es ni más ni menos que la bestia clérigo. :P Sigue con estas historias! Me ecantan!

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  2. ¡Me alegro mucho de que te haya gustado!
    Muchas gracias por tu comentario :)

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